martes, 8 de abril de 2008

Setiembre

Setiembre
Las nubes avanzaban como un cortejo fúnebre que venía del cerro. Su gris luto contrastaba con la alegría desbordante de los habitantes del valle. En apariencia, sólo en apariencia. Poco a poco; igual que envejecer, todo se tornó triste y gris, tristeza y oscuro… sin darnos cuenta. Desde mi ventana vi cómo aquel melancólico y apesadumbrado desfile copó todo el valle. Entonces, casi como al quedarse dormido, todo siguió con una cadencia muy sutil. Primero fue le trueno. Retumbó e hizo que todos los niños dejaran el ocio por respeto (cómo debe de ser). Luego, un relámpago. Así, las madres corrieron a los patios al unísono a recoger sus ropas por precaución. Finalmente, las primeras gotas. Ahí fue cuando hasta los hombres más recios miraron al cielo con impotencia y corrieron a buscar refugio, casi como niños que huyen de la tormenta y se refugian entre los brazos de sus madres.
Pasado el lamento, el cortejo prosiguió hasta perderse tras otros cerros más allá. Cuando esto sucedió, todos salieron de nuevo y no hubo una persona que no volviera su mirada hacia la cola de aquella extraña y temible falange de tristeza y melancolía que arrastraba tras de sí la indómita esperanza de un nuevo brotar de luz, de verde y de júbilo por la tribulación que se aleja con su terror y su súbita ira

1 comentario:

Pelele dijo...

Los cortejos fúnebres del cielo. Uno se pregunta, al terminar de leerlo, quién será el muerto, a quién llevan en carga esos humores atmosféricos.¿Lo concoceré? ¿conocido? ¿familia? ¿Seré yo, maestro?
Bello