martes, 22 de abril de 2008

Un par de cosas sobre el Festival Imperial


   Primero, no voy a hacer una reseña porque la verdad para eso está la nazión, al día, perfil, soho, la teja, la extra y cuanta mierda de espectáculos exista. Además, no creo que a nadie realmente le interese mi parcial y poco objetiva opinión sobre el evento en sus etapas.
   Dicho lo primero, quiero compartir con mis apasionados lectores lo siguiente: Muy ordenadito, seguro, surtido, planeado y previsto, pero ¿CÓMO PUTAS se va a ACABAR la PILSEN y luego LA BIRRA EN GENERAL en un festival organizado por la ÚNICA CERVECERIA de Costa Rica? Ah, por cierto y para variar la Pilsen se acabó primero. Casi me tengo que meter 4 boletas para birra por donde nunca da el sol. Me salvó un alma caritativa que sacó de una guaca extraña unas Imperial Light!!!!!!!! Sí! Y tuve que tomarme un par CALIENTE! Una completa y soberana MIERDA. 
   Por otro lado, en ninguna parte leí que fuera a haber tren para devolverse. De haberlo sabido, hasta que sueno en tren para chepe pero de nuevo, ni VERGA.
   Deseo hacer público mi repudio por los que fueron en carro y se comportaron como BESTIAS al no ceder el paso a los peatones y al transporte colectivo como claramente se había estipulado. Gracias por complicar todo y por atrasar más el regreso, se lucieron bola de MAL PARTOS.
   Finalmente, quiero hacer extensivas mi más sincero agradecimiento a los guardas que estaban en la puerta oeste de gramilla preferencial el domingo y que no encontraron para nada sospechoso a una pareja que entraba en medio performance de Enrique Iglesias con jarra de birra en la mano, un cigarrillo en la boca y un suéter que no dejaba ver la pulsera de acceso. MAMONES, ¡Éramos Lau y yo y no podíamos estar ahí! Gracias por dejarnos ver a Duran Duran tan cerca mamadores. 
   Ya para terminar, la cerveza y la moncha estaban demasiado caras sádicos, el bus demasiado barato y Le Pop demasiado ego. 

martes, 8 de abril de 2008

Setiembre

Setiembre
Las nubes avanzaban como un cortejo fúnebre que venía del cerro. Su gris luto contrastaba con la alegría desbordante de los habitantes del valle. En apariencia, sólo en apariencia. Poco a poco; igual que envejecer, todo se tornó triste y gris, tristeza y oscuro… sin darnos cuenta. Desde mi ventana vi cómo aquel melancólico y apesadumbrado desfile copó todo el valle. Entonces, casi como al quedarse dormido, todo siguió con una cadencia muy sutil. Primero fue le trueno. Retumbó e hizo que todos los niños dejaran el ocio por respeto (cómo debe de ser). Luego, un relámpago. Así, las madres corrieron a los patios al unísono a recoger sus ropas por precaución. Finalmente, las primeras gotas. Ahí fue cuando hasta los hombres más recios miraron al cielo con impotencia y corrieron a buscar refugio, casi como niños que huyen de la tormenta y se refugian entre los brazos de sus madres.
Pasado el lamento, el cortejo prosiguió hasta perderse tras otros cerros más allá. Cuando esto sucedió, todos salieron de nuevo y no hubo una persona que no volviera su mirada hacia la cola de aquella extraña y temible falange de tristeza y melancolía que arrastraba tras de sí la indómita esperanza de un nuevo brotar de luz, de verde y de júbilo por la tribulación que se aleja con su terror y su súbita ira