sábado, 26 de febrero de 2011

La verdad sobre el Caso de Joaquín Soto y Herminio Alfaro


 Sobre los eventos previos al altercado no considero necesario ahondar ya que son de amplio conocimiento público. Con respecto al traicionero ataque del hermano de Herminio Alfaro; sí, hermano, porque tal cobarde no merece un nombre en este relato, me propongo explicar sólo el desenlace.
Esa noche de 31 de diciembre, por esas extrañas coincidencias, ambos se toparon en la fiesta. Ya entrada la noche junto con los tragos, la luz se fue. Herninio Alfaro decidió saldar cuentas con Joaquín Soto aprovechando la oportunidad. Tomó la botella por el cuello y la lanzó en medio de la oscuridad con tan mala fortuna que falló. Sólo se escuchó el golpe de la botella chocando contra la pared. Silencio. De algún modo, de esos algunos modos en los que sólo el miedo además de la tensión se sienten, todos sabían quién había lanzado la botella contra quién.
Al volver a encenderse la bombilla los presentes se habían hecho a un lado, pegados todos con la espalda  en la pared. Intercambio de insultos, retos, el gentío salió a la calle. Dispuesto el ring comenzó el combate. Herminio Alfaro no tenía oportunidad desde que falló con la botella, bien lo sabía su hermano. Aquello fue sólo un monólogo de golpes de Joaquín Soto contra la humanidad del provocador.
Fue allí, cuando Herminio Alfaro yacía en el suelo ensangrentado y suplicante, que aquel cobarde juntó una piedra para golpear a Joaquín Soto a traición. Pasó muy rápido. Le tomó por el hombro izquierdo al tiempo que le destrozaba el ojo con la piedra. Joaquín Soto nunca entendió lo que pasaba. Una pelea en los términos en los que él peleaba no incluía intrusos. Gritaba de dolor mientras la sangre se le escurría entre los dedos, como si con sostener la herida fuera a sanar el ojo. Indignación.
Uno de los testigos tomó al traidor de frente y mientras le gritaba "eso no se hace", le propinó tal derechazo que lo tumbó al suelo semi inconciente. Los invitados aplaudieron pero la tragedia no había terminado.
Al ver al agresor tumbado en la calle, Joaquín Soto ya más repuesto de la pedrada le pateó la cabeza y arremetió a golpes contra el desgraciado. Fue tal la golpiza que tuvieron que quitárselo de encima. Casi lo mata. Digo casi porque aquel desgraciado pasó 11 meses en coma. Allí quedaron los dos hermanos, hechos mierda en el suelo.
La orden de captura tuvo vigencia por un par de años. El policía del pueblo, a sabiendas de los detalles del altercado, siempre tenía la gentileza de mandarle a decir a Joaquín Soto que lo iba a ir a arrestar. Al llegar a su casa extrañamente nunca había nadie. Cuentan que se iba con la esposa y su hijo al cañal. Siempre decía que le gustaba almorzar o cenar allí. Fue el padre de Jorge Rojas quién desestimó la causa. Sin embargo, Joaquín Soto llevó hasta el día de su muerte la peor de sus cicatrices producto del menos hábil de sus contrincantes. Ironía.

2 comentarios:

Lola Mena dijo...

"Guonderful"!!!! esto es una maravilla. Será que hay otras tantas más esperando ver la luz por acá??? Pos yo esperaré mientras muere el hielo de mi güisqui, pa ir por otro y seguir esperando más!!! abrazo

Jenaro dijo...

Eso me lo contaste en Bahamas un viernes 25 de febrero!!! Bien!!!